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martes, 8 de febrero de 2011

Aquella gente menuda


Volviendo a mi estancia en Picoroto, quiero recordar un sencillo pasaje que no por ello deja de ser interesante, por lo menos así me lo parece; se trata de la gente menuda que había en la caseta, “esos locos bajitos” que cantaba Serrat…
Pudieran haber allí sobre unos diez niños, entre tres, cuatro años, poco más; porque cuando alcanzaban la edad escolar solían destinar a sus padres a un lugar apropiado para que fueran escolarizados, como cuento en uno de mis anteriores relatos.
Hubo un compañero que tuvo la buena y voluntaria idea de ofrecerse para darle clases a aquellos parvulitos, una hora por la mañana y otra por la tarde, siempre que sus obligaciones se lo permitieran, como cosa normal; los padres, aparte de que lo aprobaron, estaban encantados, les pareció estupendo que sus hijos fueran iniciándose en las tareas escolares. A los niños también parecía hacerle gracia el hecho de reunirse todos ellos con su improvisado maestro; éste tenía un cierto atractivo para ellos porque era muy observador de sus comportamientos, jugaba y se reía muchos con ellos. Yo también compartía con mi compañero el trato con los pequeños, había algunos muy graciosos que nos hacían pasar momentos muy agradables. Hace mucho tiempo que no veo a este compañero, pero recuerdo que cuando nos encontrábamos algunas veces recientes de haber salido de Picoroto a otros destinos, los que primeros salían a colación en nuestra conversación eran Juan-Manuel y Gregorio, Juanma y Gregorito, así les llamábamos; inseparables los dos, tenían unas ocurrencias a veces impropias de niños de dos ó tres años, que sería la edad con la que entonces contaban.
Recuerdo que cuando llegaba el costero, estos niños, sería por la novedad o curiosidad, solían ponerse muy cerca de las bestias que traía para los portes; pero esto al hombre lo ponía muy nervioso, porque entre esas bestias venía un burro garañón dispuesto siempre a liarla. Llamaba a los padres para que recogieran a los niños con el fin de que no corrieran riesgos, y así poder hacer el reparto de encargos con tranquilidad.
Aquel burro también nos hizo reír muchas veces a mi compañero y a mí; estaba como una tabla pero tenía una fuerza exagerada, no se le ponía nada por delante, daba igual que estuviera suelto o cargado; y no quiero hablar cuando veía o barruntaba alguna del sexo opuesto, entonces “no entraba en razón” a pesar de los palos que le propinaba su dueño para dominarlo, era un verdadero fenómeno el dichoso jumento.
Volviendo otra vez a los niños, poco queda por decir, continuaban con normalidad sus “tareas escolares”, muy contentos y distraídos; incluso algunos padres, pasadas unas semanas, ya hablaban de haber observado en sus hijos ciertos indicios de que algo estaban aprendiendo.
Aunque poco más se puede contar en relación a la escuela, porque duró poco tiempo, apenas dos meses; su profesor tuvo que marchar para otro destino. Así ocurrió también poco después con el resto del personal que componía la unidad, todos marchamos a distintos lugares quedando la caseta del todo vacía. Ya he explicado que esta caseta, junto con la de Sierra de Hoyos en la Contienda, fueron utilizadas durante algunos años como destacamentos; ésta última, recientemente, fue rehabilitada como Aula de la Naturaleza, no sé si ya está en funcionamiento. La anterior está abandonada, aunque alguien me dijo que podrían hacer lo mismo que a la otra para dedicarla a otro fin sin determinar.
¿Dónde estarán Juanma y Gregorito?, con más de cuarenta años que tendrán ahora, parece que los estoy viendo por aquellos patios; la figura de Gregorito, un poco zambo de piernas, que lo hacía aún más gracioso cuando andaba y corría, parecía un perdigón; y Juanma, menudito, casi siempre detrás de su inseparable amigo, pidiéndole que le esperara cuando se quedaba atrás
-“Gueguritu”, le decía, muy graciosos los dos, repito…
Pienso que no deben estar muy lejos, sus padres andaluces, uno de Lucena y otros de Rosal; a éste hace muchos años lo veía algunas veces, pero desde que murió su padre no he vuelto a saber más de la familia con la que nos llevábamos muy bien.
Mi compañero “el maestro”, si he sabido por referencias más o menos de su trayectoria; pero como digo antes no lo he vuelto a ver desde hace muchos años.
Y así termina otro relato más de mi agradable estancia en aquella caseta, porque es únicamente lo que quiero recordar, lo bueno y agradable; será porque era aquella una época cuando gozaba de plena juventud y no había sitio para malos ratos...

Cordial saludo. Jesús F. Sanz

3 comentarios:

  1. Hola Jesús.
    Soy GREGORIO . Me ha encantado la idea de tu blog y de cuantos paisajes y paisanajes cuentas de Picorotos.
    Me recuerda mucho cuánto me contaban mis padres (hoy ambos ausentes) de vuestras vivencias y recuerdos. Yo no tengo recuerdos , pues marché con tres años recién cumplidos.
    Un fuerte abrazo y que sigas escribiéndo esos ejercicios para la memoria y el recuerdo.

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  2. Hola Gregorio, (Gregorito); me ha dado mucha alegría leer estas líneas que me dedicas. Siento mucho la falta de tus padres, de tu padre sabía que había fallecido, pero de tu madre no me había enterado, que descansen en paz. Yo vivo en Huelva, ya jubilado; antes iba mucho a Rosal y pasaba largas temporadas allí, pero desde que murieron mis suegros apenas voy. Me acuerdo de tu hermana Juani y de tu hermano Pepe, no sé si tendrás algún hermano más. Bueno Gregorio, que te vaya muy bien; recibe un sincero abrazo mío, hasta siempre. Si quieres localizarme por el Facebook estoy registrado por el mismo nombre que aquí, (Jesús F. Sanz)

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  3. Gregorio, no había advertido que vives en Huelva; a ver si vamos a ser vecinos y no nos hemos enterado. Ya sabes por donde puedes localizarme y también por mi correo electrónico.

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