

Los vi como siempre, poco habían cambiado, unos frondosos naranjos plantados en “El de arriba”; me parecieron bien, rompían la monotonía del cemento del suelo y la cal de la iglesia. La plaza sí estaba cambiada, ese fino y artístico empedrado de influencia portuguesa le da un toque más acogedor.
Me fijé en el quiosco vigilante e impasible, de base exagonal, testigo de tantos acontecimientos, observador de aquellos “hormigueros” humanos en las tardes de fiesta moviéndose por sus alrededores; de aquellos niños incansables, divertidos con su “chicuento”, “aquiii, aquiii”, no paraban de gritar y correr; ya no recuerdo en qué consistía, solo eso, que se corría y gritaba mucho. A propósito de este juego quiero recordar al cura don Manuel Suárez, cuando íbamos a la catequesis, creo que era los viernes, nos decía a los chavales, refiriéndose a los gritos que dábamos: así os llama el Señor en el sagrario, aquí, aquí, para que vengáis a hacerle una visita, pero se ve que no lo oís porque no aparece nadie; bueno, cosas propias de su ministerio. Este juego normalmente se practicaba con más frecuencia durante los recreos; en la plaza había dos escuelas de niños, la de don Juan, ésta fue en la última que yo estuve, y la de don Manuel. También subían los de don Serafín, que estaba en la calle Oliva y los de don Eladio, de la calle Mora, enfrente del cine Flores; entre todas se reunía un gran número de escolares. Había muchos niños y niñas por aquella época en Encinasola…
Otro juego muy común en el recreo era “el repión”, así se le llamaba a la peonza o trompo, escogíamos aquellos lugares porque al estar lisos con cemento facilitaban su práctica; se trazaba un círculo con tiza, de un metro de diámetro aproximado, se lanzaban sobre él los repiones girando, y el que quedara dentro al parar de dar vueltas, tenía que esperar a que lo sacaran con el golpe de otro repión; en este rescate se estaba expuesto a que te hicieran una brecha en el tuyo, tenía su nombre, que incluso podía llegar a que se abriera a la mitad, como consecuencia de la afilada púa con que se armaban estos objetos; era un juego muy divertido y apasionante.
“La burra larga”, daba igual el momento, donde más se frecuentaba era en los paseos y en la plaza, también por su piso de superficie regular, solo era cuestión de ponerse de acuerdo un buen grupo de muchachos; consistía en saltar a piola sobre una fila previamente colocada, cuando acababas de saltar te ponías al final para que los demás continuasen saltando, hasta que lo hicieran todos, entonces empezabas tú a saltar otra vez, y así sucesivamente; no duraba mucho este juego, cansaba bastante físicamente. Había algún “listillo” que al saltar le daba al de abajo un taconazo en el trasero, también esto tenía su nombre, que si era muy fuerte no le hacía ninguna gracia a quien lo recibía, originando a veces discusiones y peleas; la sangre nunca llegaba al río.
Eran muchos más juegos los que había, pero me he quedado en los que se solían practicar en los paseos y en la plaza, que es de lo que se trata recordar en este contenido. Además, sobre juegos tenemos una obra de nuestro paisano Valonero, en la que detalla muy bien las distintas variedades y pormenores sobre las actividades lúdicas de los niños y niñas en el pueblo.
Se acabaron los juegos, aquellos niños dejaron de serlo; llegaban los días de fiesta y salen “parriba”, arreglados de la mejor manera para ir presentables, “bien maqueaos”, como decíamos, había que estarlo. Se reúnen los grupitos de amigos y… a dar vueltas por los paseos y por la plaza, en eso consiste la diversión; pero no es solo eso, hay algo más, mejor dicho alguien, alguien en quien cada uno ha puesto ya su atención; se cruzan miradas, disimuladas sonrisas, cualquier pretexto sirve para acercarse y entablar una charla con la muchacha que atrae; así por ejemplo arranca una relación…
¿De cuantas declaraciones de amor habrán sido testigos los paseos…?, de cuantas rupturas, ¿porqué no decirlo…?, ¿cuantos rechazos y desilusiones habrán observado…?, ¡Cuanta felicidad e ilusión en aquellas caras llenas de juventud y alegría habrán visto…¡
¿Y en la feria de septiembre?, ese acontecimiento que estábamos esperando todo un año; los paseos y la plaza lo acaparaban todo, si acaso alguna atracción se instalaba en el Ensanche, poco más; todas las celebraciones eran arriba, el baile, la música…
¿Qué “pensarán” ahora los paseos y la plaza en el feria de septiembre…?, solos, con lo que ellos han sido, acogiendo a tantos marochos bailando y pasándoselo bien…
Cordial saludo. Jesús F. Sanz
Jesús gracias por tu comentario en mi blog, E ENAMORARSE, estoy completamente deacuerdo contigo.
ResponderEliminarEl relato de los Paseos me ha encantado, me ha recordado mi niñez paseando desde la plaza hasta el final de la calle sevilla. !! que tiempos aquellos ¡¡¡
Un abrazo. Ana Mari
Gracias Ana Mari. Ya me estaba acordando de una novela que leí hace tiempo, de Gabriel García Márquez, titulada "El coronel no tiene quien le escriba"; no es porque yo sea coronel, ni mucho menos, es porque hace más de un mes que nadie me escribía un comentario en mis distintas entradas. Te lo agradezco de nuevo.
ResponderEliminarUn abrazo. Jesús